Quisiste encontrarte en la poesía
sin ni si quiera buscarte. Revolviste el cajón de los deseos, creías que podías
tenerlo. Soñaste con el mañana a sus pies, en su espalda y mojado en sus
labios. Lo cierto es que no resolvías tus instintos. A última hora, con prisas,
conseguías devolver algo de calma a tus sentidos. Pero claro, era calma
inmediata, se esfumaba como se esfuma el sabor de un beso. Y cada vez se volvía
más grande. Una mañana, esa madrugada, te levantaste excitado sin recordarla.
Media vuelta. No era su cuerpo desnudo. Lo sé por su lunar. Siempre dijimos que
no era demasiado tarde, pero aquellas copas de vino hicieron el resto. No
admitimos el dolor, como no admitíamos el amor que sentimos al vernos. Y sin
embargo, duraría hasta el último día de nuestras vidas.
Siempre con la piel erizada...
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