Creo que nunca entendí mejor la
sensación de querer contar algo sin tener un receptor. Y es que era
precisamente lo que más nos preocupaba, alguien que fuera cómplice, testigo,
que nos escuchara, que nos comprendiera, que formara parte de este todo que nos
une. Evidentemente, no es un misterio que nos pudo la presión. Elegimos la
poesía de los labios, carnosos, con heridas, irritados de los besos que nos
desgarraban el corazón en cada embestida. Y además para ellos nunca fue
suficiente, siempre más. Y aumentar la dosis no era la mejor opción, pero
calmaba los deseos. En el último piso de aquel rascacielos, soñamos con poder
volar, juntos. Aun así, quiero decir que se conocieron en una noche de latidos
al viento. Que interesante. Qué casualidad. Que delirio, que locura. Llovía
fuera y dentro, nervios que se formaban al iniciar el juego de tu vida.
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