Entonces le ví, a unos pocos
pasos, le disfruté distraído, frío e incluso nervioso. Si, lo estaba. Giraba la
cabeza de derecha a izquierda como queriéndome buscar. Hasta que nuestras
miradas se cruzaron. En mi cabeza, había estado ajena a cualquier sonido de la
escandalosa calle de la ciudad. Nerviosa supongo, pero convenciéndome de que
entraba dentro de la normalidad. Un mero trámite para pasar el mal trago. En
ese preciso instante, ya no quedaban ni si quiera murmullos. Totalmente
abstraída de la realidad y atrapada en aquella cálida mirada del que espera
agradar. Estaba claro que lo había conseguido. No sé qué fue lo que me devolvió
a la realidad para poder continuar. Intercambiamos formalidades propias de
canciones. Nerviosos, cómplices, sin comprender, reímos y gritamos hasta
quedarnos afónicos. Noté su mirada en mi clavícula, en su lunar, en mi lóbulo.
Tan intensa. Quise volverme a evadir y te observé disfrutar del ruido. Me
revolví ante el gentío como distracción. Aunque tú ya habías adivinado el juego
y me ganaste.
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